Tenía dos toneladas de bombas en su casa, construida en un campo bombardeado en el Berlín de los nazis. Pero no le preocupaba. Siempre tuvo suerte. La tuvo cuando nació mientras su madre nadaba en el Amazonas. La tuvo cuando sobrevivió al naufragio que acabó con las vidas de sus padres, un joven matrimonio alemán que retornaba a casa. Siguió teniendo suerte cuando su esposa intentó matarlo con un maltrato barato.
Después del intento de asesinato por parte de su mujer compró la casa. El dueño le contó lo de las bombas.
-Le pagó más por ella.
-¿Cómo dice, hombre?
-Quiero pagar esas bombas.
El propietario no aceptó el pago adicional. Las bombas de la Segunda Guerra Mundial se las regalaba.
-Tenga cuidado.
-Descuide.
Sólo lamentaba que su esposa no quería vivir en aquella casa. La amaba. Y más la quería desde que descubrió que sus náuseas crónicas se debían a un intento de asesinato por tortilla española envenenada con matarratas.
-Ven a matarme pronto -le dijo por teléfono-. Quiero dejarte de herencia las bombas de la Segunda Guerra Mundial.
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